Cultura Lorca

Carlos Mellado, poeta

Carlos Mellado

No existe lorquino alguno que no haya oído siquiera nombrar una de las más céntricas calles de la Ciudad del Sol: El poeta Carlos Mellado.

Pero volviendo a tiempos que por pasados debieron ser más felices que los que sufrimos y los que nos esperan, creo que se podría contar con los dedos de una mano el número de lorquinos que alguna vez leyeron, siquiera de pasada, un simple verso de aquel ilustre lorquino, abogado no ejerciente, que gracias a la fortuna familiar pudo dedicarse al noble arte de la escritura, entre la locura del Madrid más cosmopolita y la soledad angustiosa del campo de Águilas, al pie mismo del castillo de Chuecos, donde falleció y donde, a decir de algunos fantasiosos (digo yo), aún habita su espectro al que, dicen, ven observar el antiguo jardín del caserón desde un balcón de la primera planta.

A pesar de hacer nacido en Madrid, Carlos Mellado, sobrino del conde de San Julián, Antonio Pérez de Meca, conserva muchas de las palabras y frases típicamente lorquinas. No en vano, sus padres lo eran «por los cuatro costados».

Calla la parda ladera,

la mustia tarde declina; 

bajo la fosca neblina,

rumia un pueblo su cansera.

 

Y, por último, he aquí otra muestra del buen hacer de uno de los poetas más importantes (dicen…) y desconocidos que ha dado L0rca, con permiso de Eliodoro. Juzguen ustedes mismos. Se titula Sonatina de atardecer:

 

¡Ya cae la tarde! Su ropón de fuego

ciñen las nubes que la brisa rompe.

Sube las sombras las pendientes áridas

de los collados en que canta el bosque.

El cierzo se despierta. Sus alcázares

de las grutas del mar deja la noche.

Y si en tus ojos del ardiente incendio

de la luz que se va, quedan fulgores,

en tus mejillas que a mis labios tientan,

golosas como arrope,

de la puesta del sol hay la frescura

que de los campos calma los ardores;

y al tenue beso que mis labios dejan

sobre la mano que tu guante esconde,

arde en tu frente, temerosa y dulce,

la lumbre de tus cándidos rubores, 

como arde el beso de la luz que expira,

la cresta de los montes.

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