Era la primera hora de esta mañana de sábado cuando, ¡diablos!, recibo una llamada: ¿Cómo es posible que no hayas escrito una tontolinada sobre lo del tío ése del ayuntamiento que se escaquea todos los jueves? ¡Que te va a quitar el puesto la Piligüili!
Con la legaña todavía puesta y el calorcico del edredón doble, ni sabía qué era una tontolinada, ni por qué tenía yo que escribir nada sobre alguien a quien si veo por la calle no le pongo cara ni sé nada de su vida y hacienda, ni por qué me iba a quitar el puesto una tal Piligüili. ¿Y qué puesto, si aquí mando yo? ¿Y quién es esa tal Piligüili a la que no tengo el placer -supongo- de conocer? Se me vino a la cabeza don Antonio, el director honorario de esta centenaria revista -o lo que sea- que es el que, por muchos años y a muchos entierros tenga que asistir, queda vivo y podría darme un cachete. Por desgracia, ni el amigo Pepe Marín ni el recientemente fallecido García-Trevijano, amigo y pariente lejanísimo de mi sangre granaína -algunos ya van hilando eso de la malafollá que le echo a ciertas cosas-, iban a apearme del puesto de coordinador de lo que el rojerío y el facherío lorquino empieza a llamar «el panfleto ése», un honor viniendo de donde viene el piropo.
Dicho lo cual, legaña sumidero abajo tras unas jarpás de agua y gomina en mi melena al viento empiezo a ojear, como de costumbre, la cuenta de Facebook de Tontolín. Y heme aquí que me encuentro con «la noticia»: «El interventor municipal se escaquea los jueves de su puesto de trabajo desde 2011», o algo así. Mi memoria bajo la gomina no transpira mucho. Mil perdones.
Como es natural, intento ir a la fuente -porque lo mío parece ir de fuentes en casi todo- y la fuente es Antonio Meca, el concejal tocahuevos que todo consistorio tiene la obligación de tener y los ciudadanos de votar. Antonio Meca debe andar liado atendiendo a unos y a otros. Me cuesta trabajo que me coja el teléfono. Me llama él. Paco, he visto tu llamada, voy loco hoy. Es natural que vaya loco. El jueves estuve con él. Lo pillé de sopetón en el Grupo Municipal que, por primera vez desde que el mundo es mundo tenía la puerta cerrada. Con llave, no, pero cerrada. Allí estaba con Mercedes, rodeado de papeles, archivadores, dossieres… Mercedes no es la marca de su coche, es sus pies y sus manos, la «chica para todo», menos para lo que piensan las mentes sucias, que su Tudi es mucha Tudi, y aunque no lo fuera. Mercedes, supongo, será su número dos en las listas de las próximas municipales. «El número dos vas a ser tú, me dice, descojonao, el musiquillo de los…». Y le digo: «De acuerdo». Se me pone serio. Me hace un comentario que mejor no repetir, y ahí queda eso pendiente, porque yo, que soy blanco roto -que es ser más blanco que lo que son los «amarillos», y ellos me entienden- soy más del Tres. El Dos lo ostento en otra cosa.
Ya irán entendiendo los fieles lectores de Tontolín de qué van las tontolinadas que, por otra parte, no es nada nuevo que se haya inventado en el siglo XXI. Las tontolinadas han acompañado a Tontolín desde que nació, desde antes incluso de que mi abuelo Paco, médico y cofundador de la Escuela de Maestría Industrial, de la que fue profesor, empezara a colaborar en esta vieja revista -entonces joven- y yo tomara el testigo. ¡Santo varón! Murió joven, cuando faltaban escasas semanas para que mi otro abuelo, Ambrosio, entregara las llaves de los polvorines de la Algameca, en Cartagena, al ejército de Franco. Poca gente sabe que aquella acción fue la última que se hizo en la Guerra Incivil. Mi abuelo era el militar de mayor graduación que quedó en lo que aún no era la España conquistada, en el último reducto de la República, con el desgobierno rojo en el exilio, sus compañeros de armas en desbandada por el puerto de Alicante al grito de «maricón el último» desde unos días antes, y los guerreros de Franco con la Algameca rodeada: «En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. BURGOS, 1º de Abril de 1939, Año de la Victoria. El Generalísimo, FRANCO».
El último objetivo militar era La Algameca. Cautivo no estuvo. Desarmado tampoco. Pactó salir en un barco de La Algameca rumbo Argel con quien quisiera ir con él. Todos. Y entregó las llaves del Destacamento a su hermano Juan para su entrega a los vencedores una vez el barco hubiera desaparecido en el horizonte y a salvo de las baterías de costa. Prometo escribirlo con pelos y señales aunque alguien, después de 80 años de aquello, se me enfurruñe.
Fue un personaje al que la historia, y sus paisanos, un día tendrán que agradecer de alguna manera. El último republicano con mando en plaza que chuleó al «Generalito». Un triste capitán… Rafael Méndez, su amigo del alma, le ofreció irse a Mexico con él. Rehusó. Rafael vivió del dinero y las joyas que nos robaron a todos los españoles de bien y de mal, y la historia de mi abuelo -muerto de un tiro en la barriga, para que el sufrimiento fuera aún mayor, tras la traición de una arpía, muy cercana a él, de su propia sangre, que señaló a sus verdugos dónde encontrarlo tras su vuelta del exilio, libre de cargos, en el norte de África donde las pasó canutas- relegada al más mísero de los olvidos. Recuérdenme que escriba algo sobre él. Se lo merece. El último «presidente in pectore» de la República, lorquino de pura cepa. El gran olvidado. Eso sí, Felipón de Cope o Hernando de Burgos, al callejero. Los héroes locales, como lo fue, también, el hermano de don Diego Pallarés Cachá, uno de los mejores aviadores de la época, héroe de guerra, al cajón del olvido.
Como al cajón del olvido deberá ir el actual interventor municipal, de cuyo nombre no quiero acordarme, si hay resolución favorable del Tribunal de Cuentas, y de otros tribunales, supongo, respecto a la denuncia que Antonio Meca interpuso contra él y, de paso, contra los consentidores, empezando por el nefasto Quijales y acabando por mi Penchico, que por muy mío que sea, si hay que darle un tirón de orejas, se le da. No va a ser el último tirón, a tenor de lo que estoy viendo y oliendo.
El interventor, cuya noticia ha sido publicada por varios medios -que son medios porque dicen las cosas a medias- lo que hacía era cobrar doble los jueves: del ayuntamiento de Lorca y del de Beniel. Me dice la fuente Meca, que me permite citarlo (si algo de lo dicho reproduzco mal que me corrija), que la denuncia ha podido ser cursada gracias al certificado de la alcaldesa de Beniel que especifica cuáles son los horarios donde el ínclito atiende a dicho consistorio: los lunes por la tarde ¡y los jueves por la mañana, de 8 a 3!, justo cuando, casualmente, atendía los asuntos del consistorio lorquino, de esa casa de putas en la que nadie quiere hablar ni oír hablar de corruptelas, de funcionarios que fichan y se van a su casa o a la del novio. Los trapos sucios, históricamente, se han lavado en casa, hasta que ha llegado el musiquillo, que sabe de música pero no de historia y, claro, les ha jodido el bisnes.
El Santo interventor, porque Santo tiene que ser a la fuerza si posee el don de la ubicuidad, que es propio de Santos y de nadie más, por lo que leo, y me confirma el musiquillo Meca, está siendo ferozmente arropado por aquellos tipejos a los que tiene que controlar y no parece que controle. Al menos los jueves, día que propongo sea nombrado interventor accidental Antonio Meca. De ser cierto lo que dice «La Piligüili» -que ya sé quién es, por fin y, como sospechaba, no tengo el placer de conocer personalmente- y mi tocayo de La Opinión de Murcia, la respuesta «oficial» de los munícipes es la que se puede esperar de una leona herida: delictiva a más no poder, acusando a Meca, amén de intentar ridiculizarlo, de «falsas denuncias» y de «perseguir a funcionarios», entre otras lindezas rayanas en lo que hace no mucho hubiese supuesto un duelo a pistola. Desde luego, hoy no rayanas sino enmarcadas en el Código Penal del que, espero y deseo, Meca haga uso. Mi Penchico me está fallando (con a). Lo de «musiquillo» reconozco que lo he robado de aquella concejalilla con ínfulas de alcaldesa a la que el Quijales se llevó a Murcia, lugar que todavía me parece excesivamente cercano. No recuerdo su nombre. La gomina, ya saben.
FJ ÁLBAREZ-FAJARDO SASTRE, escribidor de Vuesas Mercedes, y especialmente hoy de Mercedes, y de Antonio, y de mis dos abuelos, y de la gente de bien que lea esta mi primera Tontolinada.