Mañana, martes 20 de marzo de 2018, a las siete de la tarde, la autora Adela Mendiola presentará en el Centro Cultural de Lorca, junto a la Iglesia de San Mateo, su libro «Valery y su melena de valores», un libro donde la escritora, alicantina de nacimiento y lorquina de corazón, expresa sus más íntimas convicciones y deseos, basados en lo que ha venido en denominarse la «Economía del bien común», una corriente transversal de pensamiento en la que la economía debería basarse en la libertad individual pero no únicamente con la idea de ganar dinero a costa de lo que sea y de quien sea sino pensando en garantizar el bienestar de la sociedad en su conjunto.
Así lo defiende la autora: «La Economía del Bien Común se define como un sistema económico alternativo apartidista, que propone construir en base a los valores humanos universales que fomentan el Bien Común. Situamos nuestro foco de acción en la cooperación y no en la competencia, en el bien común y no en el afán de lucro. Desde este lugar nos convertimos en palanca de cambio a nivel económico, político y social, un puente entre lo viejo y lo nuevo.»
Es, a mi entender, la reinvención del viejo sueño del comunismo, esta vez sin intervención de partidos políticos ni del estado, de que el capitalismo debe desaparecer para reconvertirse en un modo de «redistribución de la riqueza».
Su inventor, el austriaco Christian Felber, no ha tenido el éxito que esperaba. Su fórmula, si bien se basa en algo a priori lógico, la realidad la desmonta por completo, entre otras cosas porque no da una razón para que lo que hoy se viene en llamar «emprendedor», es decir, el empresario de toda la vida, haga el esfuerzo de crear riqueza si no le va a suponer, en un plazo de tiempo razonable, el retorno de su inversión y la posterior recompensa que la empresa precisa para sobrevivir: superávit y un merecido bienestar para quien expone su tiempo y, en la mayoría de los casos, hasta su propia casa. Es decir, en última instancia, bajo el popular lema de «virgencica, que me quede como estoy», casi nadie «emprendería».
Esa fórmula la contempla el propio sistema capitalista con las llamadas «cooperativas de trabajo asociado», enmarcadas en lo que se denomina «economía social», cuyo peso en la economía española es prácticamente del 10% del PIB -donde no sólo están incluidas las cooperativas sino asociaciones, fundaciones, sociedades laborales, mutuas, mutualidades, cofradías de pescadores…- y que, en buena parte de los casos, suelen acabar como el rosario de la aurora. Casi, casi como acabó el Muro de Berlín. En buena parte, digo y repito. No generalizo. También ahí se incluían las viejas Cajas de Ahorros, por cierto, saqueadas y destrozadas desde que a Felipe González se le ocurrió la feliz idea de contaminarlas con políticos de toda ralea. O las cooperativas de crédito, como CajaMar, también incluidas en la «economía social», que paradójicamente -o no- funcionan exactamente igual que los bancos, exigiendo la mismas garantías y negando los mismos créditos que estos últimos.
He de decir que, dado que no he conocido hasta hoy dicho «movimiento», muy probablemente, cargadísimos de razones largamente estudiadas, sus seguidores me quitarían la razón. Confieso que a la autora, Adela Mendiola, cuando he visto la portada de su libro le he dicho: «Me viene a la mente El Principito«. «Digamos que algo así, pero en mujer y con muchos matices. Es la mujer que sueña con un mundo mejor, más igualitario, más justo.», me contesta. Mendiola es mujer, y es emprendedora… El tiempo, entiendo, porque así lo creo, la razón me la daría a mí. El problema es que el tiempo en economía es un factor muy peligroso. Lo que se crea con inmenso esfuerzo y sacrificio se puede venir abajo en segundos.
Que se lo digan al Banco Popular, entidad que, como sabrán algunos, diseñó y dirigió prácticamente desde sus inicios un ilustre lorquino a quien, muy merecidamente, el consistorio Pleno, por unanimidad, acaba de dar su nombre a la calle donde vivió buena parte de su vida. Como de Lorca son otros muy desconocidos prohombres, vivos y coleando, de los que en esta centenaria publicación iremos dando cuenta conforme tengan a bien atender el requerimiento para concedernos unos minutos de su tiempo, porque Tontolín no está sólo para hacer crítica política o difundir cultura. Para nuestra desgracia, los políticos nos dan unos días de «gloria» que nos hacen acaparar portadas, y los empresarios intentan huir de la prensa. Huyen hasta que la necesitan, como le ocurrió a otro dizque descendiente de lorquinos: José María Ruiz-Mateos y Jiménez de Tejada, tras la expropiación de Rumasa.
Huir de la prensa puede ser un error, como lo fue (y en la mente aún tenemos las imágenes vivas) no atender al «follonero» por parte de la empresa El Pozo. Lo del «follonero» es la excepción, incluso en el «periodismo basura». Cabe un resquicio de esperanza de que, de haberlo atendido, esas imágenes del lazareto, elevado por ese despojo del periodismo a la categoría de «carne destinada al consumo humano», nunca habrían salido a la luz. O sí, que hablamos de alguien que no es normal…
Lo dicho, martes 20 de marzo, a las siete de la tarde en el Centro Cultural de la Ciudad.