Las redes sociales están que arden. No, no es por nada que no se enmarque en la normalidad- sino porque Carmen Martínez-Bordiú Franco ha solicitado el título que su fenecida madre ha venido ostentando desde 1975, a saber, el ducado de Franco, con Grandeza de España.
Esta misma mañana, a cuenta de un artículo donde la ponen, literalmente, a parir, o a caer de un burro, como se quiera, una tipa me ha afeado la palabra «gilipollez», referida a dicho escrito. La fulana ha resultado ser la autora confesa de semejante disparate, donde lo más suave que dice de Carmencita es que es una gandula que nunca dio palo al agua y que «ahora» quiere ser VIP.
Es que VIP, Carmencita, lo ha sido desde que nació, le duela a quien le duela. Y ser duquesa no es algo novedoso para ella, porque fue la duquesa de Cádiz hasta su divorcio de Alfonso de Borbón, nieto de Alfonso XIII. Porque ha sido Grande de España y lo va a volver a ser en unos días si su hermano Francis – Señor de Meirás con Grandeza de España- no se empeña en judicializar el tema, que podría hacerlo -y posiblemente debería-. Es más, ha sido más que Grande, porque cuando nació, ser la nieta de Franco no era asunto baladí. Ser un Grande de España, a su lado, era como poseer un título de opereta, que es lo que ahora son los Grandes de España. Por no haber, no hay ni Corte.
Los títulos nobiliarios españoles los concede quien tiene la potestad Real. No sólo el rey de turno tiene esa potestad, hay otros que la poseen. Franco, sin ir más lejos, la tenía desde 1947 cuando se promulgó la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado donde, de nuevo, España se convertía en un Reino y Franco en una suerte de Regente con poder absoluto del futuro sucesor «a título de Rey» a quien arrancó de las garras de su padre para criarlo y educarlo a su imagen y semejanza. Fue en 1948 cuando se restableció la legislación nobiliaria, entre otras, que la II República había abolido.
Tampoco era novedosa esa fórmula. Todos los reyes que en España ha habido, hasta Fernando VII, han sido reyes absolutistas.
Pero, es más, el propio bisabuelo del Rey, Alfonso XIII, nombró Dictador a Miguel Primo de Rivera cuando las circunstancias así lo exigieron, quien formó Gobierno con destacados líderes de todo el arco ideológico.
Tampoco eso era novedad, porque fueron los antiguos griegos quienes inventaron la democracia, y también la figura del dictador para esos momentos en que la democracia se corrompía y era necesario regenerar la política.
Reproducía en una Tontolinada aquello de «Por Dios, por la Patria y el Rey…», que es el principio del himno Carlista llamado Marcha de Oriamendi, bajo el que buena parte de las tropas «nacionales» -los requetés- luchaban. Cierto es que lo hacían por otro rey, pero rey al fin y al cabo. Y por eso, España en 1947 se declaró Reino. Reino sin rey pero sí con un gobernante que tenía su potestad, entre otras la de conceder títulos nobiliarios.
Y Franco, en base a la legalidad, concedió 31 títulos «de Castilla», la mayoría de ellos a héroes de guerra o a sus descendientes. Otros, a falangistas o a empresarios, como el surrealista condado que llevaba el nombre de una empresa: Fuerzas Eléctricas del Noroeste S.A. (Fenosa), cuyo primer titular fue Pedro Barrié de La Maza, amigo y paisano de Franco, y benefactor del Régimen, del que también se benefició.
Curiosamente, el peor enemigo de Franco, Juan de Borbón -intitulado conde de Barcelona- jamás osó otorgar títulos nobiliarios, como sí hiciera en su día otro aspirante Carlista al trono de la piel de toro que se encontraba exactamente en sus mismas circunstancias. Carlos Hugo de Borbón-Parma, el candidato a rey por los requetés, amenazaba con su sola presencia las aspiraciones de que la segundogénita rama de don Juan no accediera al trono. De todas estas intrigas «palaciegas» y del papel que tuvo doña Carmen Polo en el devenir de los acontecimientos hablaremos en otra ocasión.
Pero, volviendo al presente -con perdón-, la actitud de buena parte de tuiteros de todo pelaje, sobre todo pelirrojos, respecto a la petición de sucesión en el ducado de Franco por parte de quien lo tiene que solicitar no tiene mucho más recorrido que el puramente orquestal. Es un título concedido por quien tenía la potestad de hacerlo, el rey Juan Carlos I, y será el actual Rey, hijo y sucesor de aquél, quien firme el Real Decreto por el que la ex duquesa de Cádiz será la poseedora del ducado de Franco, ducado que lleva anexo la Grandeza de España, como todos los ducados.
Algún imbécil criticaba que Carmencita no tuviera que pagar «tasas», como hace el resto de «titulados». Las «tasas» a las que se refiere es el Impuesto -que no tasa- de Sucesiones y Transmisiones, del que el Rey, en la Real Carta de Concesión, eximía de dicho pago en la primera transmisión, que es el momento en el que estamos, porque Carmencita Martínez-Bordiú será la II duquesa, es decir, la primera persona a la que se transmite. Así lo hizo también el rey emérito con otros títulos, como el ducado de Suárez, que hoy posee una nieta de aquel viejo Ministro Secretario General del Movimiento, que tampoco tuvo que pagar «tasas» porque esa fue la Real Voluntad del otorgante. Y nadie se rasgó las vestiduras. El mundo, le pese a quien le pese, no empezó con Franco. Tampoco el himno, ni la bandera, ni España, ni la monarquía, ni…
FJ ÁLBAREZ-FAJARDO SASTRE, escribidor de Vuesas Mercedes
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