Con esa rotunda frase, estampada en una camiseta cuya fotografía subió a su Instagram la presunta no violada de los Sanfermines, principio este artículo que, de seguro, a más de uno, de una y de une le va a confirmar lo facha y machista asqueroso que soy. Porque en esta España que sufrimos, llena de cabestros, de juececillos de pitiminí lobotomizados por lo «políticamente correcto» y de algunas autodenominadas «hijasputascabronas» (de las que hay más de lo que imaginaba), ir a contracorriente supone el estigma de por vida.
Me va a permitir el sufrido lector la licencia de hacer un paralelismo entre lo ocurrido en Pamplona y lo que este pobre escribidor haya podido vivir en propias carnes a lo largo (y ancho) de su ya extensa vida. Y lo que queda. Porque ya va siendo hora de desmontar mitos y de reconvertir en santas marías gorettis a quienes sólo son unas ninfómanas cuya vida gira en torno a aquel dicho de «las bragas me hacen llagas». Lo digo en general, porque para poder decirlo en concreto sobre la «víctima» de Pamplona me faltan los datos que, salvo el jurado, fiscales y abogados, no hemos conocido y que, espero, veamos algún día, como se vio el vídeo de Pedrojotaramírez y el famoso corsé rojo. Como tantos otros, también lo vi.
Dicho lo cual, diré que he leído la sentencia palabra por palabra -aquí el enlace-. He leído el voto particular, cuya particularidad reside en que es más extenso que la propia sentencia. Y tiene otra diferencia respecto a ésta: no repite constantemente el mismo argumento, algo muy de agradecer. Por todo eso, hasta este momento no me he atrevido a opinar sobre el caso «La manada».
Permítanme afirmar, sin más anestesia de la debida, que estoy en (casi) pleno desacuerdo con la sentencia. Que estoy (casi) de acuerdo con el voto particular. Que el picoleto la cagó cuando le hurtó el móvil a la de las bragas, hecho probado y que por sí solo, para mí, ya es motivo más que sobrado para su expulsión INMEDIATA del Cuerpo del que mi propio abuelo fue capitán hasta su asesinato por un funcionario del Ayuntamiento de Lorca, con apenas 30 años, hecho que quedó impune por aquello del «qué dirán» y del «ya no hay remedio».
No voy a entrar en excesivo detalle si se dijo esto o lo de más allá. Quien lo quiera ver, que se lea los mismos cientos de folios que yo, pero sí quiero explicar a todas esas turbas que han salido a la calle a vociferar en contra de una sentencia que los «tribunales populares», sin tener idea de lo que ha sucedido, entienden que es injusta, y lo entienden justamente por lo contrario que yo también lo pienso, y lo digo, con la diferencia de que no salgo «en manada» a linchar a quienes, bajo mi punto de vista, han hecho caso de una niñata dolida y humillada porque un jeta le ha hurtado el móvil. Únicamente por eso y nada más que por eso.
Porque la clave de la denuncia está en el móvil. No me refiero al móvil sexual sino al móvil-celular. Porque es curioso que la única preocupación de la «víctima» cuando salió del portal, y el motivo único de su llantina, sea que un hijo de puta, una rata de cloaca que, además, es miembro de la Guardia Civil, le «robó» el móvil y no tenía forma de contactar con su compañero de viaje en una ciudad desconocida. Y lo hizo dos veces, primero con la pareja que se acercó para saber por qué lloraba y, posteriormente, con los guindillas pamplonicas o pamploneses que, a tenor de lo dicho y descrito en la sentencia, fueron los que iban «tirando de la lengua» a la niñata mientras ella, borracha, se limitaba a asentir.
Su otra preocupación era que su madre no se enterara…
Porque cuando se sentó junto al prenda -con minúscula, aunque sea su apellido paterno, y no sé si rufián el materno- y empezó a tener una conversación subidita de tono con el tipo ése, a las dos y media de la madrugada, con la sangría que se la tocaba con el dedo a la altura de la garganta, exactamente igual que los demás miembros -con perdón- de la «manada» -con perdón también-, y cuando al otro gachó al que acababa de conocer y con el que iba a verse esa misma noche para, digamos, «quererse un rato», lo llamó para retrasar su cita a los encierros del día siguiente, para iniciar con la «manada» una romería de hoteles buscando «habitación por horas para follar», seguro que no pensaba en ir a rezarle a la Virgen del Camino.
Tampoco le rezaba -se supone- cuando se morreaba sin pudor con el más joven de los lobos en la calle, en la puerta del cubículo donde, finalmente, se encerraron los seis, de mutuo acuerdo, a follar. Sí a follar. No son palabras mías. También parece cierto, y así se deduce de lo transcrito, que no era el ideal de la orgía que llevaba en mente. Escasos 15 minutos de frío meteysaca, de sexo bucal, de besos negros por una y otra parte, de sexo anal y vaginal. Una orgía en toda regla, y nada más que una orgía -pactada y consentida por borrachos- en un lugar inadecuado, con los tipos probablemente más indeseables con los que se podía haber topado -con permiso de «el chicle»-, unos prendas, algunos con antecedentes penales. Y lo demostraron cuando en lugar de llevarse el tanga de la tipa, su número de móvil, o un pelo del coño -permítaseme la expresión-, que es lo que se suele hacer en estos casos a modo de trofeo, lo que se llevan es el móvil.
En circunstancias, digamos, similares, «perdí» uno. Me lo hurtó alguien. Gentuza hay en todos lados y nunca sabes con quién te la juegas. Cleptómanos, unos cuantos. Todos conocemos alguno y quien diga lo contrario, miente. Del hurto, que siempre te provoca una sensación «rara», a una falsa denuncia va un abismo. Que de saber quién ha sido el autor, a algún dentista hubiera hecho feliz, no lo sabría decir, porque no hago yo esas cosas, pero a veces dan unas ganicas… Prefiero lo de la venganza en frío. Es mucho más reconfortante ver cómo los de «la parte contraria» se van apagando, poco a poco, y esperas el momento de ver «pasar el cadáver de tu enemigo» para mearte en su calavera. Eso es la hostia. Lo que se viene en llamar «justicia divina». Recomendable 100%.
Y aquí, la «justicia divina» le ha llegado a «la manada» de la mano de una, para mí y para muchos más, evidente falsa -y dirigida- denuncia. Probablemente la denuncia que se hubieran merecido en otros casos, como el de Pozoblanco que, ese sí, salvo sorpresas, parece un auténtico abuso sexual. Es lo que ocurre cuando se juega con cerillas, que puedes acabar abrasado con fuego amigo.
Escribidor de Vuesas Mercedes, FJ Álbarez-Fajardo y Sastre