Hoy estoy que no quepo en mí de tristeza. ¡Cada vez que ojeo y hojeo la prensa me entra una melancolía con según qué noticias…!
Hace ya unos años, me desayuné con la noticia de que una tía petarda, mujer entonces de un afamado «compañero» escribidor y editor de altos vuelos -los míos son rasantes, por fortuna- se había encaprichado con dos títulos nobiliarios que había ostentado un tío suyo. Los títulos tenían su titular, regida la sucesión por las leyes seculares, y parecía que ahí acababa el cuento. Pues no. El cuento acabó con que la malandrina, hoy reamacebada con un chatarrero de aspecto ordinario y luengo rabo, al parecer, se convirtió, casi de la noche a la mañana, de la mano del BOE de ZP1, y la inconmensurable ayuda de algún juez, en baronesa y no sé qué más. Ni me importa. Cosas de los altos vuelos. Si algún día me amancebo con chatarrero, prometo publicarlo con foto del efebo incluida. O de la efeba, o del efebe. Lo que sea o fuere.
El caso es que hoy, en un mínimamente nuboso día en mi mansión de las Bahamas, día ya de por sí melancólico, me llena de horror la noticia de que mi siempre bien amada Sandra Gamazo, marquesa que fue de Belvís de las Navas (de Tolosa, imagino…), fallecida hace casi dos años, no podrá ver desde las alturas a su retoño, Alejandrito, convertido en titular del marquesado, a pesar de haberlo así solicitado.
Alejandro es… ¡Hijo natural! ¡Horror! ¡Desgracia! ¡Vergüenza! Hijo del pecado de la casquivana nobla y de un no menos frescales picaflor teutón de nombre Christian, que es un nombre muy de por allí y, últimamente, muy de por aquí y de países allende los mares. ¿Cómo se le pudo ocurrir a la marquesita caer en manos de aquel buscavidas alemán y, además, ofrecerle la flor de su telaraña? ¡Qué frescura! ¿Qué artes amatorias no tendría el teutón?
Y de aquellos polvos, vienen estos lodos
Fallecida mi Alejandra de mis entretelas, a su único hijo, Alejandro, no se le ocurre otra idea que solicitar al ministerio de Justicia la sucesión en el título que ostentaba su madre. ¡Qué atrevimiento, un hijo solicitando semejante cosa!
Eso debió pensar la hermana menor de la marquesa fenecida cuando, ¡Oh, sorpresa!, el pasado día siete (creo) del actual, veo publicada en el BOE la solicitud de la ínclita, señora de Abelló, para más señas, reclamando para sí y sus sucesores la sucesión en el título de marquesa de Belvís de las Navas que un año antes había pretendido su sobrino bastardo.
Nadie dude que la señora de Abelló conseguirá arrebatar al hijo impuro de su impura hermana, indigno de la sucesión por ser hijo de un polvo furtivo de aquella frescales, que se encaprichó de los ocultos encantos del teutón por su mala cabeza. Son las consecuencias de ir contra casi todos los mandamientos de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana, ¡y mientras Franco aún vivía! Porque la culpa es de Franco, claro.
Y como la culpa es de Franco, y la señora de Abelló es hija legítima de legítimo matrimonio (como Dios manda), no como el cabeza loca de su no reconocido sobrino, metido a simple agricultor, el Ministerio de Agricultura, digoooooo de Justicia, tendrá a bien, en breve, en conceder la sucesión en el antedicho título de Castilla a doña Ana, como nueva poseedora del marquesado. ¡Un agricultor, marqués! ¿Pero adónde hemos llegado? ¡Con lo lustrosa que va a quedar la lápida de Juan Abelló, con corona marquesal!
Y, colorín, colorado, este cuento ha terminado.
Modo ironía, off.
Berta, Juan te ha jodido. Lo siento de veras pero donde hay patrón, ya sabes… Artículo 14 de la enterrada Constitución.
Con todo mi cariño a bastardos y bastardas. También a bastardes. De vuestro bastardo,
FJ Álbarez-Fajardo y Sastre, escribidor de Vuesas Mercedes
Afoto: Vanitatis